Cuando no sabes qué pasa o desconoces el por qué de las cosas te angustias, te desesperas, le das vueltas a todo. Haces un drama de un dolor de cabeza... Pero cuando le pones nombre a lo que te pasa ves que es algo tan común que pasas a considerarlo insignificante. Muchas veces esto sucede también con objetivos, con metas, con tu lista de quehaceres diarios... Empiezas mil cosas y no terminas ninguna, te crees que no eres ni buena trabajadora, ni buena madre, ni buena con tu pareja. Si todo te lo callas lo engrandeces y te sientes peor, pero cuando hablas de ello con otras mujeres ves que a todas les pasa lo mismo y entonces te ríes, te da igual, y ves que es una etapa, sin más, que, como todas, acaba por desaparecer.
Viene a ser un sentimiento parecido al llamado por los psiquiatras "Síndrome del impostor". Se trata de la incapacidad de creerte tus logros; la interiorización del sentimiento de que lo que te sale bien es por pura casualidad, no porque realmente seas bueno en tu trabajo. Como consecuencia siempre ves a los demás más inteligentes y competentes que tú.
Miras a otras madres en el parque y siempre van más guapas, más tranquilas, sonríen más. Y entonces te envuelves en ese síndrome que hace que pensemos que el día a día sigue su curso sin que mediemos en él, que los niños crecen bien porque es lo que les toca. Y así con todo.
Pero un buen día te das cuenta de que eso le pasa a todas, que las demás también piensan de ti que eres más tranquila, que sonríes más, que sienten envidia de ti...
Hoy releo un artículo de José Luis Olaizola con el que no puedo verme más reflejada. Dice: “me asombra ver el buen resultado que me están dando las cosas que hago mal”. Tal vez debería puntualizar las cosas que me salen mal. Y es que como todas no tengo tiempo siquiera para comprobar si algo me sale mal de verdad, o si es que haciendo las cosas a mil por hora siempre sale todo… ¿mal? Como nos pasa a la gran mayoría hoy en día el sueldo no da para alguien que te eche una mano en casa, tienes que ir corriendo de un lado a otro con los niños porque los horarios así lo exigen, tienes que levantarte, ponerte guapa y llegar al trabajo sonriendo e impecable… Te pasas el día protestando porque todo está a medias, porque nada lo terminas con la perfección que te gustaría…
Pero consigues terminar todo, y eso es lo que cuenta al acabar el día.
Casi todo nos sale perfectamente mal, deslumbrantemente atropellado, fantásticamente inacabado…
Eso es, todo nos sale perfecto, deslumbrante, fantástico…
Me alegro de que todo, simplemente, nos salga.
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