Hace unos días leí un artículo sobre los peligros de elogiar a
nuestros hijos. Estoy tan a favor de
elogiarlos y tan en desacuerdo con la gran mayoría de las cosas que decía ese
artículo que me apetece escribir mi opinión.
A todos nos gusta ser elogiados, y de hecho a veces hacemos cosas
sólo para que nos elogien. Es una forma madura y adulta de llamar la atención. De
hecho ante las cosas simples y cotidianas los adultos tenemos tendencia a
quejarnos cuando no se nos elogia. Constantemente las madres preguntamos “¿está
rica la comida?”. Si los elogios no fuesen necesarios no haríamos esa pregunta,
nos serviría con ver buenas caras mientras los niños comen, o que al menos no
protesten ni digan “no me gusta”. Pero no, ni siquiera cuando no escuchamos
quejas necesitamos que salga de la boca de nuestros pequeños un “qué rico
está”. Necesitamos escuchar un elogio ante un esfuerzo. Porque para otros a lo
mejor lo que acabas de hacer es sencillo, peor para ti seguramente el tener la
comida hecha para todos sea un gran esfuerzo, y por lo tanto, susceptible de
ser elogiado.
Para mí los niños son algo así como el ser humano es estado puro,
sin tapujos, sin complejos, sin represiones. Por eso son tan sinceros y
expresivos (para lo bueno y para lo malo). Y si un adulto necesita un elogio,
un niño más aún.
No se trata de crear en los niños ideas inventadas o falsas, sino
de elogiar sus logros. Y quiero enfatizar tanto sus como logros. Es
decir, elogiar cosas que el niño hace bien continuamente (lo cual suele ser,
para sus limitaciones, prácticamente todo) creo que es innecesario porque
creamos en ellos esa necesidad, haciendo que se frustren cuando no reciben un
estímulo positivo tras una acción. Pero elogiar un logro es diferente. Según la
RAE elogiar es “conseguir o alcanzar aquello que se intenta o se desea”. El
problema que tenemos a veces los padres es que no distinguimos qué es un logro.
Para nosotros todo lo que un niño hace es sencillo, y por lo tanto no vemos el
gran esfuerzo que son para ellos muchas cosas. A veces no es que se acuerden de
no colgar el abrigo en su sitio, sino que desde ahí abajo ni ven el perchero y
por lo tanto no se acuerdan de hacerlo.
Tal vez muchas veces confundamos si tenemos que elogiar un logro
de nuestros hijos o aquellos logros que nosotros deseamos que consigan. Tal vez
tras muchos días insistiendo a nuestro hijo en que vea la televisión desde el
sofá, y no sentado en el suelo pegado a ella, lo elogiemos el día que sin
decirle nada se coloque donde nosotros queremos. Eso es un elogio ante una
situación que el niño no siente como elogiable, porque de hecho en realidad no
entiende la necesidad de no “comerse” la televisión por mucho que se lo
expliques. En cambio nos olvidamos de elogiarle cuando consigue encajar todas
las piezas del juego de construcción, porque para nosotros ese juego no es
importante, sin pensar que él tenía ese deseo, conseguir hacer la fuerza
necesaria para encajar esa pieza que llevaba días resistiéndosele.
Además como escribí en la frase la semana “reforzando lo bueno se
mejora lo peor”, y si reforzamos con elogios lo bueno de nuestros hijos,
crearemos en ellos un sentimiento positivo constante que les hará ser más
felices y en consecuencia corregir ciertos comportamientos. Pensad en los adultos: el día que estamos
felices y no conseguimos algo le quitamos importancia, porque el estado de
felicidad es prioritario, pero cuando tenemos un mal día, ese mismo hecho que
no conseguimos hace que nos enfademos, que nos pongamos de mal humor, que
hablemos dando cuatro gritos… Los niños hacen igual, reaccionan de esa manera
pero de forma más primaria: por eso les dan pataletas y rabietas, porque a
diferencia de los adultos no han aprendido aún a gestionar la frustración.
De corazón, mi humilde consejo es que conseguiremos una cadena de sentimientos y
acciones positivas si elogiamos los logros de nuestros hijos. Os animo a que lo
hagáis.