Siempre
noté mucha diferencia entre las actrices de Hollywood y yo, pero hoy leyendo en
la revista Elle una entrevista a Pe(nélope) he dado con LA DIFERENCIA.
Dice,
como decimos todas, que la maternidad le ha cambiado la vida, y puntualiza (y
esto ya no lo decimos todas, sino sólo las famosas) que ahora su vida es mucho
más tranquila, más calmada, vive más feliz y disfruta más del momento…
Justo
al revés que lo que supone la maternidad para el resto de las mujeres: eres más
feliz, sí, pero vives con muchísima menos tranquilidad, más apurada, y
disfrutas mucho menos (por no decir que no disfrutas) de todos y cada uno de “los
momentos”.
Definamos
en primer lugar “los momentos”. Tal vez para Pé un “momento” refiriéndose a su
maternidad sea sentarse a jugar con sus hijos con todo limpio, recogido, la
cena hecha y la ropa planchada. Para el resto de las mujeres un “momento” es:
juegas con tus hijos un minuto, te levantas porque te acuerdas de que tienes
que sacar carne del congelador, juegas dos minutos y te levantas otra vez para
encender la lavadora (ropa que ya estaba lavada pero que hay que volver a lavar
porque te olvidaste de colgarla).
Está claro que quien puede pagar ayuda en
casa disfruta mucho más de sus hijos por el simple hecho de tener más tiempo de
calidad con ellos; pero el resto de las mortales, por nuestra felicidad y por
la de nuestros hijos, ya que tenemos la suerte de pasar muchas horas al día con
nuestros hijos tenemos que aprender a desconectar, improvisar más, y buscar
como sea momentos de calidad para
conseguir que de mayores tengan recuerdos de su madre simplemente jugando con
ellos, cosa que muchos de nuestra generación no tenemos.
Esta teoría la sabemos todas pero es difícil
aplicarla. Y en este punto creo que debemos aprender de los hombres. Ellos
viven más felices, en general, porque viven más relajados. Por poneros un
ejemplo, nosotras jugamos con los niños pensando a la vez en qué hacer de cena.
Ellos juegan y ni se acuerdan de la cena; sólo cuando el niño llora piensan “¿por
qué llora? ¿tiene caca? ¿No? ¿Tendrá hambre? Pues voy a hacer la cena. ¿Qué
hago? No sé, ya veré, depende de lo que haya”. Y ya está. Tan contentos; calman
el tigre del estómago del niño, y a seguir jugando.
Hoy
os invito a que probéis a hacer el rol de vuestros maridos por un día. Hacedme
caso, os iréis a la cama con todo revuelto, pero absolutamente felices.