“Antes de casarme tenía seis
teorías sobre el modo de educar a los niños. Ahora tengo seis hijos y ninguna
teoría”, John Wilmot (1647-1680).
Mi pensamiento de hoy gira en torno a mi
educación, y he llegado a la conclusión de que debo pasar más tiempo
centrándome en cómo actúo yo que en cómo educo a mis hijos. Mucha razón tiene
mi marido cuando ve el genio que tienen los niños y dice “son igualitos a su
madre”…
Jacques Turgot dijo que “el principio de la educación es predicar con el ejemplo”, y no le
quito la razón, pero siendo un varón francés, fundador del pensamiento
económico conocido como fisiocracia, y habiendo vivido entre 1727 y 1781,
seguro que no habría dicho lo mismo si tuviese hijos.
Como cualquier padre sé que no debo excederme
gritando para que no griten ellos, que si yo no soy ordenada no lo serán ellos,
que si soy impuntual ellos también lo serán… Por eso comulgo con Harold
Edgerton, quien dijo que "el secreto
de la educación es enseñar a la gente de tal manera que no se den cuenta de que
están aprendiendo hasta que es demasiado tarde." Pero aunque estoy
plenamente de acuerdo reconozco que es muy difícil. Hay mil cosas de las que
estar pendiente, mil cosas que controlar, mil detalles que parecen
insignificantes pero que determinan la reacción de un niño… Y es que como dijo
Buda “para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo
muy duro: has de enderezarte a ti mismo”.
Si cada momento de caos me paro a pensar qué tengo que
hacer y cómo hacerlo, o se me escapa cada niño para un lado o acabo dando
cuatro gritos en ese mismo instante.
Pero he ido observando que una buena forma de seguir
intentando educar a mis hijos de la manera correcta es “visualizar” a mi
familia desde fuera cuando tengo un momento de tranquilidad. Pienso en la
suerte que tengo con mi marido, con mis hijos, en los besos que me dan, en que
van corriendo a la puerta a recibirme cuando llego de trabajar, en que se dan
abrazos entre ellos, y en que mis hijos no pueden vivir el uno sin el otro.
Porque cuando lo haces así ves todo de manera mucho
más positiva, más feliz, te sale sin quererlo una sonrisa, y si en ese momento
un niño se te acerca le contestas siempre con una mueca de felicidad y obtienes
muchos mejores resultados.