Muchos han sido los neurólogos que en las últimas décadas han hablado de la inteligencia emocional, pero tal vez Daniel Goleman, tras el estudio que Nancy Gibbs hizo sobre su libro (Inteligencia emocional: ¿por qué puede importar más que el concepto de cociente intelectual?) y que fue publicado por la revista "Time", sea el más conocido.
Hoy en día esta rama de la investigación es tan popular que incluso hay centros de enseñanza que organizan actividades paraescolares centradas en su desarrollo. De ahí que ya no se sepa si relegar estos estudios al campo de la neurología, de la psicología o de la psicopedagogía.
Resumiendo a grandes rasgos y en vocabulario que todos comprendemos, la inteligencia emocional es la capacidad que tiene el cerebro humano de relacionar emoción, pensamiento y acción; es la capacidad que poseemos de reaccionar ante algo tras experimentar un sentimiento concreto.
¿Qué ocurre con los niños? ¿por qué es importante hablar de inteligencia emocional infantil?
A diferencia de lo que intentamos hacer los adultos los niños no han aprendido todavía a controlar la expresión de sus sentimientos. Por eso les dan pataletas, rabietas, gritan... Un adulto emocionalmente maduro "piensa" lo que siente y decide expresarlo o no hacerlo; un niño expresa sus sentimientos sin pensar más allá.
Hay un libro que se titula Si tú me dices ven, lo dejo todo... pero dime ven (Albert Espinosa), cuyo título ha inspirado este artículo.
Debemos como adultos enseñar a nuestros enanos desde siempre a expresar lo que sienten, a que hablen con nosotros, a que se comuniquen, a que controlen sus sentimientos y pensamientos... Y una buena forma de hacerlo es así, diciéndoles lo que sentimos.
Pocas veces escuchan los niños frases positivas, de cariño... Pocas veces se escucha a los padres decir "te quiero" cuando dejan a los niños en la puerta del aula; se escuchan frases como "pórtate bien", "hasta luego", "obedece, eh?", "se bueno", o a veces un simple "adiós".
Para nosotros es algo obvio que sentimos cosas buenas hacia nuestros hijos, pero ellos no sólo no siempre lo saben, sino que con su memoria de pez se les olvida. Por eso los padres debemos repetirles todos los días y muchas veces "te quiero", "te echo de menos", "me alegro de verte", "estoy orgulloso de ti". Y si lo hacemos ellos nos responderán con un espontáneo abrazo y un te quiero. ¿No es esto acaso un buen motivo para intentarlo todos los días?
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