La frase de la semana

La frase de la semana:
"Todos los días tienen algo bueno que te encantaría que se repitiese"

domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Padres o competidores?




Desde hace un tiempo vengo observando de primera mano el caso de padres que, lejos de disfrutar con los progresos normales del desarrollo de sus hijos, se dedican a comparar los resultados de sus hijos con los de los demás. Sus conversaciones suelen incluir múltiples preguntas directas a otros padres del tipo ¿qué nota ha sacado?, ¿aprueba todas?, de todos estos murales, ¿cuál es el de tu hijo?..., e incluso desde que son pequeños cuando preguntan cosas como ¿qué percentil tiene?
Sé que todos queremos que nuestros hijos sean maravillosos, los mejores, los más listos, los más simpáticos… pero ¿acaso lo queremos nosotros o es que queremos que esa sea la opinión que los demás tengan de ellos? ¿Queremos nosotros que nuestros hijos triunfen o queremos que los demás digan que nuestros hijos triunfan?
No es malo ser ambicioso, y sobre todo si se trata de serlo con nuestros hijos, lo que más queremos del mundo, pero lo malo es cuando esa ambición se convierte en una lucha que nuestros hijos percatan. Desde ese momento lo que les transmitimos es miedo al error, les alejamos de que aprendan a alegrarse por sus logros individuales y les enseñamos que son buenos en la medida en que los demás son malos. No se esforzarán, por tanto, en aprender y en disfrutar con lo que están haciendo, sino simplemente en superar a alguien.
Hoy en día cuando un profesor, ya de infantil, pide a los niños que lleven algo a clase para exponer un tema, se encuentran con que pueden llenar los pasillos del colegio de murales y trabajos hechos por los padres. Padres que se avergüenzan de colgar en la pared del centro un dibujo coloreado por su hijo; un hijo que como todos a su edad no sabe colorear sin salirse por fuera, no sabe cortar bien sin rasgar algo de papel, no sabe pegar algo en el sitio preciso…
No hay mejores ni peores padres, cada uno lo somos a nuestra manera. Y no hay mejores y peores niños, sino que cada niño desarrolla sus destrezas a su debido momento.
Dejemos  a los niños ser niños, que avancen como puedan, a su ritmo; enseñándoles sí, pero sin agobios, sin prisas, vitoreando sus logros y observando su potencial. Enseñémosles cosas de niños, a jugar, a pintar, a modelar plastilina… y dejemos las cosas propias de adultos para cuando sean adultos.

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