Desde
hace un tiempo vengo observando de primera mano el caso de padres que, lejos de
disfrutar con los progresos normales del desarrollo de sus hijos, se dedican a
comparar los resultados de sus hijos con los de los demás. Sus conversaciones
suelen incluir múltiples preguntas directas a otros padres del tipo ¿qué nota
ha sacado?, ¿aprueba todas?, de todos estos murales, ¿cuál es el de tu
hijo?..., e incluso desde que son pequeños cuando preguntan cosas como ¿qué
percentil tiene?
Sé
que todos queremos que nuestros hijos sean maravillosos, los mejores, los más
listos, los más simpáticos… pero ¿acaso lo queremos nosotros o es que queremos
que esa sea la opinión que los demás tengan de ellos? ¿Queremos nosotros que
nuestros hijos triunfen o queremos que los demás digan que nuestros hijos
triunfan?
No
es malo ser ambicioso, y sobre todo si se trata de serlo con nuestros hijos, lo
que más queremos del mundo, pero lo malo es cuando esa ambición se convierte en
una lucha que nuestros hijos percatan. Desde ese momento lo que les
transmitimos es miedo al error, les alejamos de que aprendan a alegrarse por
sus logros individuales y les enseñamos que son buenos en la medida en que los
demás son malos. No se esforzarán, por tanto, en aprender y en disfrutar con lo
que están haciendo, sino simplemente en superar a alguien.
Hoy
en día cuando un profesor, ya de infantil, pide a los niños que lleven algo a
clase para exponer un tema, se encuentran con que pueden llenar los pasillos
del colegio de murales y trabajos hechos por los padres. Padres que se
avergüenzan de colgar en la pared del centro un dibujo coloreado por su hijo;
un hijo que como todos a su edad no sabe colorear sin salirse por fuera, no
sabe cortar bien sin rasgar algo de papel, no sabe pegar algo en el sitio
preciso…
No
hay mejores ni peores padres, cada uno lo somos a nuestra manera. Y no hay
mejores y peores niños, sino que cada niño desarrolla sus destrezas a su debido
momento.
Dejemos a los niños ser niños, que avancen como
puedan, a su ritmo; enseñándoles sí, pero sin agobios, sin prisas, vitoreando
sus logros y observando su potencial. Enseñémosles cosas de niños, a jugar, a
pintar, a modelar plastilina… y dejemos las cosas propias de adultos para
cuando sean adultos.
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